martes, 31 de mayo de 2011

En un primer momento creí que, o bien, no había escuchado mi meliflua petición o que, simplemente, deploraba (de forma muda y desdeñosa) una agresión de tal jaez sobre la gaceta de Buckingham Palace Road que no merecía siquiera la consideración de un cabeceo de asentimiento y, mucho menos, una respuesta por su parte.
Transcurren unos incómodos segundos en los que, aparentemente, se dedica a repasar la correcta ubicación sobre las baldas de diversos recipientes y a desempolvar, con un lienzo, el cartel que informa del ―exorbitante, creo― coste de la ración de fish & chips; gira entonces su cuerpo y ―con el― la cabeza, posando su mirada sobre mí y desplazándola, seguidamente, hacia la noticia mientras dibuja en el aire un explícito gesto que da a entender la necesidad que tiene de contemplar, por sí mismo, aquello que tanto interés está suscitando en mi persona.
Mmmm…ya veo ―murmura apenas despegando los labios―. ¿Usted no es de por aquí? ―inquiere de repente y, con un tono de voz tan inusualmente profundo que he de convencerme de que el cavernoso sonido sin armónicos ha sido producido por este magro individuo.
Pues no, la verdad ―respondo―. Soy español. Estoy en Londres para…
¿Español? ―Me interrumpe. A pesar de lo cual no soy capaz de atisbar, en ello, un solo matiz de insolencia o reproche ―.
«Hubiese jurado que era…no sé… ¿italiano?... Bonito país ―sentencia―, me refiero a España, desde luego. Estuve una vez, hace ya ―se detiene un instante y vuelve a levantar la cabeza entrelazando sus ojos con los míos―…bueno, hace demasiado tiempo, supongo».
Dado que la línea de su discurso permanece inalterable resulta imposible dilucidar si lo que ha proferido lo ha dicho de forma pesarosa, con añoranza y un ardite de sarcasmo, con desdén por el invencible devenir de los años o con esa mezcolanza de todo ello que acaba licuándose en una nada gris, un páramo estéril gobernado por las plúmbeas arenas del pasado donde no existe lugar para inflexiones, quizá un interminable sendero custodiado por arriates repletos de diminutas semillas que no nacerán porque ya han cumplido con el ciclo de su fútil destino.

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